Aún se deja sentir en Aragón y en nuestra memoria la evocadora imagen del decorado ideado por Agustín Ibarrola para la obra ‘Oficina de horizonte’, de Miguel Labordeta.
Tanto es así, que hace unos días, un locutor de Radio Aragón nos trasladó su gratitud por la enorme creatividad desplegaga por Ibarrola entonces.
Según recordaba J. A. Labordeta en su relato ‘Agustín Ibarrola en la memoria zaragozana’, el decorado era un hermoso faro nacido en la planta misma de un teatro y era, al mismo tiempo, las entrañas del mundo, las vísceras del poeta, la soledad de Saturno y la voz inconfundible de la mujer amada-odiada de la obra.
Ibarrola -prosigue Labordeta- había hecho algo que era muy difícil: con una técnica expresionista y nada realista había concluido un mundo totalmente total y finiquito.
Un decorado navegando por los mares del mundo
Miguel Labordeta estrenó ‘Oficina de horizonte’, que años más tarde tendría una adaptación televisiva realizada por el director zaragozano Antonio Artero.
El montaje repondía al interés de Labordeta por el teatro de vanguardia, así como a preocupaciones personales y metafísicas similares a las de su poesía. Posiblemente, el autor no pensara en su estreno, pero la insistencia de su gran amigo, el recitador, poeta y actor cántabro Pío Fernández Cueto, terminó por convencerle.
Presentada en público el 6 de noviembre de 1955, en el teatro Argensola de Zaragoza, con decorados de Agustín Ibarrola, esta obra alegórica enfrenta al autor con el mundo, que acaba por devorarlo. No obstante, no es una pieza apocalíptica, sino irónica y fantasiosa donde la esperanza se cifra en La Alegría que, encerrada en una botella, “navega y navegará hasta el fin por los mares del mundo”.
La plasmación del expresionismo
Se compraron metros de papel de envolver y se extendieron en un patio que había en la calle Espoz y Mina, lugar en aquel momento ocupado por la parte femenina del Colegio que regentaban mis hermanos Manuel y Miguel y antes habitáculo de la familia Gastón. Y mientras Pío y Lola Gomollón pasaban una y otra vez el texto y a mí me hacían repetir la voz en off de Saturno, la casa se fue llenado de saquetes de cola para pintura, y tierra, y brochas para agitar y mover las pinturas, rememoraba Labordeta.
Poco a poco y partiendo de un boceto que Agustín había realizado en un cartón menudo, la fuerza sobrecogedora y expresionista del pincel de Ibarrola fue naciendo en aquel rincón tan poco preparado para las bellas artes.
La mañana en la que el telón subió arriba y las luces esbozaron sus sombras por la decoración, un enorme estremecimiento nos recorrió a todos: era demasiado hermoso lo que desde Bambalinas se descolgaba hasta el suelo. Era toda la perspectiva de Ibarrola transmitido al coraje del poeta Ángel en su llamada angustiosa a las Mansiones Azules y el envío de su hermoso mensaje a las generaciones venideras. Era un hermoso faro nacido en la planta misma de un teatro.
Labordeta. Estirpe de artistas
Miguel Labordeta fue un poeta de contrastes que supo conjugar un romanticismo de base con una veta antirretórica; un verbalista apocalíptico y un sí es no mesianista, que transmitió en sus versos la sensación casi cernudiana de alguien que quería estar de viaje, huir…
Pese al escaso eco que alcanzó en vida, la obra labordetiana, difundida por amigos y colegas, consiguió una notable difusión tras su temprano deceso. Además, se han publicado numerosas monografías y estudios -incluso, una biografía-, colocando a Miguel Labordeta como uno de los escritores aragoneses contemporáneos mejor conocidos.