La vida de Agustín Ibarrola no ha sido un camino de rosas. Defensor de los Derechos Humanos, aventó sus convicciones, lo que le costó su libertad. Pero ni así cohartaron su creatividad, que atravesó todo tipo de fronteras. Tampoco consiguieron malear su fe en el Arte y en la Persona.

En el post anterior ya avanzamos las dificultades que encontró el artista de Basauri en su camino vital y creativo. Su primer ingreso carcelario tuvo lugar en 1962 por ser miembro del Partido Comunista.

Lo recluyeron durante nueve largos años en la cárcel, donde siguió pintando y dibujando. Aunque le condenaron a no firmar ni exhibir sus obras, la invisible marca de Agustín Ibarrola cruzó fronteras.

Las pinturas ‘volaron’ gracias a, entre otras organizaciones, Appeal for Amnisty, que organizó una exposición en Londres, París, Bélgica, Alemania e Italia con estas obras «ilegales».

La muestra llamada «The Forgotten Prisoners» pronto se reimprimió en periódicos de todo el mundo y recibió cientos de ofertas de apoyo.

Tal fue su alcance que este movimiento se convirtió oficialmente en la organización de derechos humanos Amnistía Internacional.

Arte sin fronteras

Sin ser protagonista, Ibarrola puso su semilla en esta institución.

Pero mientras en el mundo, la defensa de las libertades empezaba a tomar un rumbo más natural y respetuoso con los Derechos Humanos, en España las cosas permanecían inmutables en este sentido.

Al amparo de una legalidad que cohartaba las libertades más elementales, en 1967, Agustín Ibarrola fue detenido nuevamente y encarcelado en Basauri (Bizkaia) hasta 1969.

El final de su reclusión impulsó más, si cabe, su actividad y participó en diversos eventos artísticos como los Encuentros de Arte de Pamplona de 1972 o la Bienal de Venecia de 1976. Pero el recorrido que parecía recuperar su senda se vio truncado una vez más. Te contamos en el próximo post.