Se puede afirmar sin duda alguna que Agustín Ibarrola es uno de los artistas y figuras más importantes que hemos tenido, y tenemos, en el Arte Contemporáneo del País Vasco, y por extensión, del Arte Global, no sólo porque, por fortuna, sigue vivo, sino porque, además, continúa con su labor creativa, que ilustra la riqueza de una vida, así como de una obra.

Sin embargo, sin un recorrido por el tiempo y vicisitudes que compartió con sus coétaneos artísticos, no podríamos entender la obra del creador de ‘El Bosque de Oma’, de monumentales esculturas en acero-corten, madera o cartón, muchas de las cuales han sido donadas.

«La primera escultura que hice, -recuerda- a mis quince años, fue con un canto rodado que pesaría unos cincuenta kilos. Me llevé ese canto al caserío y cuando vinieron por primera vez a ver mi obra los responsables de la sala Estudio de Bilbao me preguntaron cómo la había hecho».

Les contestó que «me había gustado esa piedra que estaba en el río, la había traído y hecho un agujero, le había metido un eje y puesto en la pared. Y ellos decían: «esto es un Brancusi». Yo no tenía formación para saber lo que era un Brancusi. Para mí era algo que simplemente encajaba dentro de mi sensibilidad«.

La muralla artística del Franquismo

Comenzaba así la andadura de un fructífero itinerario artístico. Tropezó, sin embargo, con el Franquismo. La dos primeras décadas de esta época contraria a las libertades en general, fueron difíciles y especialmente contrarias a los lenguajes artísticos contemporáneos.

Convencidos de que llegarían otros tiempos de nuevas libertades democráticas junto con otras formas de entender y de practicar el arte, Agustín Ibarrola y otros artistas vascos de la misma época como Nestor Basterretxea (Bermeo, 1924-2014), Jorge Oteiza (1908-2003) Eduardo Chillida (1994-2002) apostaron por la gramática contemporánea de la época de la vanguardia, surgida entre las dos guerras mundiales y siguiendo sobre todo la corriente de la abstracción.

Apostando por el Arte Contemporáneo, Agustín Ibarrola siempre ha tenido muy claro que cada conjunto de obras de arte ha de ser crítico los dictados de su época y, sobre todo, responder a una sensibilidad muy marcada la suya.

Equipo 57, Arte y Compromiso Social

De hecho, el aglutinante doctrinal del Equipo 57, del que fue miembro, es la Teoría de la Interactividad del Espacio Plástico, con una intervención en el acercamiento crítico a los hechos sociales.

El Equipo 57 fue un colectivo que trabajó como tal durante unos cinco años. Hubo adhesiones temporales y también escisiones, pero finalmente fueron cinco personas las que lo compusieron: Juan Serrano, José Duarte, Agustín Ibarrola, Ángel Duarte y Juan Cuenca.

Fue, asimismo, un intento utópico, es una postura ética, siempre en la esencia de la ideología del arte concreto; De Stijl, los constructivistas rusos, Bauhaus, más tarde Abstractión-Création y Cercle et Carré… El arte, creen, debe cumplir una función en la sociedad, debe ser un lenguaje universal, comprensible para todos. «¡Contra los marchantes, las capillas, los premios, los críticos venales!», recuerda la proclama del Rond Point del Equipo 57.

Respeto y admiración a sus contemporáneos

Salvando las diferencias propias de los artistas, otra de las virtudes de Agustín Ibarrola es el respeto profesado a sus coétaneos.

En 2013, en el ‘Hay Festival de Segovia’, inauguró una exposición en una huerta junto al río Eresma, a los pies del Alcázar, con tres esculturas en forja, dos de acero-corten y más de cuarenta traviesas talladas y pintadas, divididas en diferentes grupos, así como un cubo.

Allí, ensalzó la capacidad creativa y la aportación internacional que realizaron sus colegas Jorge Oteiza y Eduardo Chillida.»Era gente creativamente muy seria, con una aportación internacional».